Una guía amable para padres frente a los cambios escolares y emocionales
Cuando todo cambia: no solo para tu hijo
Tu hijo ha empezado la educación secundaria.
Es un gran paso. Está creciendo, madurando… pero también parece estar más callado, cansado o incluso irritable.
¿Te dice que no entiende los deberes?
¿Parece haber perdido la motivación?
¿Te responde con monosílabos y evita hablar sobre el colegio?
Esto no es raro. En Japón, se le llama “la muralla del primer año de secundaria”.
En los países hispanohablantes, el paso a la ESO (Educación Secundaria Obligatoria) o secundaria básica también puede suponer un desafío importante.
Pero hay algo que debes saber:
no estás solo, y tu apoyo puede marcar una gran diferencia.
¿Qué ocurre durante la transición a la secundaria?
Nuevas exigencias académicas
El cambio es brusco:
- Más asignaturas
- Más profesores
- Deberes más exigentes
- Mayor necesidad de autonomía
Incluso los alumnos que destacaban en primaria pueden empezar a sentir que no están a la altura.
“No entiendo nada.”
“Esto es demasiado difícil.”
Estas frases esconden muchas veces inseguridad y frustración.
Cambios emocionales y adolescencia
Al empezar la secundaria, muchos niños también entran en la pubertad.
Es un momento de grandes cambios internos: quieren ser más independientes, pero también se sienten inseguros.
Señales comunes:
- Cambios de humor frecuentes
- Irritabilidad
- Aislamiento o rechazo al diálogo
Es normal. Pero eso no significa que no necesiten tu cercanía.
La relación padre-hijo se transforma
Puede que sientas que tu hijo ya no te cuenta nada.
Que se encierra en su cuarto, responde con desgana o parece estar siempre a la defensiva.
No es que estés haciendo algo mal.
Simplemente estás entrando en una nueva etapa como madre o padre.
¿Cómo saber si tu hijo necesita apoyo?
Dice que no entiende o que no puede más
Esto puede ser un grito de ayuda.
Detrás puede haber:
- Miedo a fracasar
- Pérdida de autoestima
- Agobio por el cambio
Deja de hablar sobre la escuela
Si siempre responde con un “bien” o “normal” y cambia de tema, puede ser señal de que algo no va del todo bien.
Tiene cambios de ánimo o se aísla
- Duerme más o menos de lo habitual
- Se niega a hacer tareas o estudiar
- Parece triste o irritable sin motivo claro
Estos cambios pueden indicar estrés escolar o emocional.
¿Qué puedes hacer como madre o padre? Apoyo real y afectuoso
1. Escucha sin presionar
En lugar de:
- “¿Has hecho los deberes?”
- “¿Qué nota has sacado?”
Prueba con:
- “¿Te ha costado hoy el colegio?”
- “Estoy aquí si quieres hablar.”
Escuchar con empatía vale más que mil consejos.
2. Reconoce el esfuerzo, no solo los resultados
Tu hijo necesita saber que valoras su dedicación, incluso cuando no todo sale bien.
- “He visto que te has esforzado, eso es lo importante.”
- “Lo estás intentando, y eso ya es un logro.”
3. Sé su apoyo, no su salvador
A veces solo quieren desahogarse.
No buscan soluciones, solo ser escuchados.
- “Entiendo que te sientas así.”
- “Gracias por confiar en mí para contarlo.”
Acompañar también es guardar silencio con amor.
4. Establece una rutina de estudio juntos
Una estructura sencilla ayuda a recuperar el control:
- Elegid una hora fija para estudiar (por ejemplo, después de merendar)
- Fijad metas pequeñas (revisar 5 palabras de vocabulario, por ejemplo)
- Celebrad cada pequeño logro
5. Reforzad las bases si es necesario
Si ves que tu hijo tiene dificultades, quizá haya que repasar contenidos previos.
- “Vamos a repasar juntos desde el principio.”
- “No pasa nada por volver atrás para entender mejor.”
Volver no es retroceder: es prepararse mejor para avanzar.
6. Pedir ayuda es una fortaleza
- Habla con los profesores
- Consulta con un orientador escolar o psicólogo infantil
- Busca apoyo extraescolar si lo necesitáis
Mostrar que pedir ayuda es normal y valiente también es educar.
Conclusión: crecen… y tú también
Este periodo es un reto, sí. Pero también es una oportunidad para crecer juntos.
No se trata de ser padres perfectos, sino de estar presentes:
- Con paciencia
- Con respeto
- Con amor incondicional
Tu hijo no necesita que le soluciones todo.
Necesita saber que estás ahí, que crees en él, y que puede contar contigo.
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